Vessels 28

Vasija, serie Chorus . Pieza única.

Cobre

24 x 22 x 16 cm

Chorus, de Maria Walker, trabaja con la noción expansiva de la deformación por electricidad -baños de electroformación-: las moléculas de cobre se adhieren a la escultura, explotan y se deforman. La estructura se disipa y sólo quedan rastros de la forma original: recipientes llenos de la contención de rostros deformados.

La obra propone la insatisfacción de no reconstruir una única verdad, de un único rostro: Estamos ante un rostro expandido en su cantidad, multiplicado y deformado – ya recordado.

La artista decide interpretar la noción de olvido en el material más exportado de su país: el cobre, como si lo esencial no fuera el material sino su capacidad de deformación. ¿Por qué elegir deformar algo cuando la imagen ya está montada? Se trata de una doble deformación, que funde una identidad nacional y un coro de rostros indefinidos en su género. Preguntas que surgen de estas vasijas: ¿Cómo juntar materiales para olvidar? ¿Cómo exportar y devolver el dolor al cobre? Se trata de una obra de arte sobre el dolor, que solidifica el dolor volviendo a un rostro que vuelve al dolor.

El factor acumulativo sugiere que la repetición es la única forma de olvido. La cualidad performativa de la obra reside aquí: en la acción extrema y constante de reensamblar y deformar repetidamente. La artista socava la tesis de que hay peligro en el presente. Esta serie de obras es peligrosa por la melancolía que subyace a la siguiente pregunta: ¿Qué puede hacerle a un rostro el mero hecho de ser recordado? El gesto que vemos en los dispositivos es un rictus coral. Nos recuerda a los rostros de Bacon por sus rasgos sonoros. En ellos, los ojos y la boca poseen los mismos rasgos. Es como si los gritos de dolor no sólo se originaran en la boca, sino que pudieran gritarse utilizando todos los músculos faciales, dotando de materialidad sonora a los recipientes, como un archivo de gritos.

text: Nicolás Lange / dramaturgo – escritor – curador de arte